lunes, 11 de junio de 2018

EUP - Primer Capítulo:




¡Oh, el sublime sabor de la presión de un día lunes por la mañana! Nada como aquello y un pésimo café para empezar bien tu semana. 

—Sophie, necesito que le des a Dakota el Tylenol que dejé en la encimera de la cocina. Anoche tuvo un poco de fiebre de nuevo. Esta vacuna la golpeó más fuerte que la anterior. —Sienna se movía apresurada por su habitación. Tenía una clase de yoga en diez minutos y aún estaba guardando sus cosas en la bolsa de entrenamiento y dejando las directrices a  la chica de servicio que se reintegraba tras su fin de semana libre.


<<¿Quién había sido el que le dijo que el primer año de maternidad era el más duro?>> Justo ahora no podía recordarlo, pero en momentos como este; en el que apenas había dormido porque su pequeña de dos años había estado llorosa y con temperatura; quería decirle cuán equivocado estaba. Quizás con un par de jódete incluidos. Muchas gracias.

  La joven apenas menor que ella por tres años, se movía tras su errático paso ayudándola a alcanzarle lo que necesitaba antes de salir. Era su mano derecha en casa. Si no hubiese sido por esa excelente recomendación de una cliente, habría perdido su mente hacía ya casi un año  y medio atrás cuando todo se había venido abajo.

—Sienna, vete de una vez. Yo me encargo de todo y si necesitas algo extra, siempre puedes llamarme. —casi tuvo que arrastrar a su jefa por la puerta hacia su Land Rover LWB blanca. —. Apenas despierte Dakota le daré el medicamento. —dijo a la vez que constataba la hora en el Tecnomarine que ella le había obsequiado por su cumpleaños. La caótica mujer asintió y  miró en su espejo retrovisor para dar marcha atrás y salir de retroceso por el camino de la entrada principal de su casa.

Salió agradecida de que la clase fuese dentro de la misma ciudad  de Calabasas en lugar de Beverly Hills con su horrible tráfico.
Aceleró,  con la mente dividida entre la salud de su hija y el pequeño berrinche que haría la hija menor de la actriz a la cual iba a darle su segunda sesión semanal de yoga.


*.*.*.*.*

Cuando regresó a casa, no le extrañó ver un auto blanco atravesado justo en la entrada. Rodó los ojos con cansancio; no sabía cuántas veces le había dicho que se estacionara en el garaje; y lo haría nuevamente en cuanto entrara, pero sabía de antemano que no le haría caso. Nunca lo hacía. Se bajó con un par de bolsas que contenían algunos víveres que había comprado de camino hacia acá. Redujo la marcha hasta estacionarse justo detrás del deportivo y silenció a Kelly Clarkson que sonaba desde los altavoces con Stronger; cuando por fin apagó su camioneta.

Con cierta dificultad cerró con el codo y subió los escalones de la entrada; la puerta se abrió antes de que llegase a ella.

—Te ayudo. —dijo el hombre que ocupaba casi toda la dimensión de esta.

—Gracias. —le sonrió cortés. —Debí haber llamado a Sophie para que me esperara afuera…

Con una delicadeza extraña en un hombre tan grande y que se dedicaba a lo que él hacía; dejó las compras en la encimera. A diferencia de ella que la dejó caer de su hombro en el suelo del lobby.

—O me podrías haber llamado a mí directamente. —le reprendió sutilmente.

Se dirigió a las bolsas y comenzó a sacar su contenido, él se le unió de forma eficiente; sabiendo por descontado en donde iba cada cosa y como debía ser organizado.

—Aidan, no sabía que ya habías llegado. Te llamé un par de veces al mediodía y no respondiste.

Él frunció el ceño sobre esos hermosos ojos verde menta y esos carnosos labios rosas que evidenciaban su excelente nivel de hemoglobina. Desvió la vista con disimulo, no necesitaba que la atrapara viendo su boca de forma prolongada. Él tenía la habilidad de leerla como a un libro.

—Mi teléfono murió mientras estaba en el avión y dejé el cargador portátil en el maletín. Y apenas llegué… —en ese momento unas pequeñas pisaditas irrumpieron en la cocina y se aferraron a las piernas de ella. Aidan señaló a la niña que parecía un pequeño mono araña escalando por el cuerpo de su mamá, mientras que esta le ayudaba con sus manos. Él sonrió un poco al verlo. —ella me secuestró. Todo es su culpa.

Sienna depositó un beso en la mejilla sonrosada de su bebé.

—¿La pasaste bien con papi? —la niña asintió. —Y también te sientes mejor, por lo que veo.

Al momento llegó una apresurada Sophie con un par de pantuflas de unicornio. Luego de colocárselas en sus piecitos, se movió a su siguiente pendiente. Así era ella: pura eficiencia.

—Hola, Sienna. No te escuché llegar. Deja que te ayude. —trajo los paquetes restantes, desde la entrada de la casa, y comentó: —Juro que esa niña cada día se hace más y más rápida.

—No puede negar sus genes. —respondió su arrogante y orgulloso padre.

Ambas mujeres negaron con la cabeza ante el comentario y sonrieron un poco.

—No. No puede. —acordó la chica.

—¿Ha subido su temperatura? —preguntó Sienna mientras contestaba un par de mensajes en su celular antes de colaborar con el par.

—No ha tenido más fiebre. Llegué tan pronto como pude. —respondió Aidan con clara frustración.

Sienna se contuvo de poner los ojos en blanco; era una reacción exagerada por parte de él, pero no le extrañaba; porque cuando se trataba de Dakota, Aidan era el típico padre psicópata. Había sido así desde su nacimiento; siempre pendiente hasta de la más mínima necesidad y capricho que tuviese su princesa, como la bautizó apenas la estrechó entre sus brazos estando recién nacida, cubierta de líquido amniótico y sangre. Y cuando esta se enfermaba, solo su contrato, un juego fuera del estado de California o un entrenamiento, lo mantenían lejos, pero solo durante poco tiempo. Período en el que podía volverla loca con repetidas llamadas.

Se negó a darle cabida al sentimiento de nostalgia que la invadía cuando esos momentos venían a su mente. Había aprendido hace un tiempo atrás que era mejor bloquearlos y continuar sin reparar demasiado en estos.

—En realidad pensé que llegarías descalzo y con una toalla en la cintura. —se burló un poco. Se dirigió a la nevera cromada, por la jarra de jugo. Tomó un vaso de uno de los gabinetes y bebió con avidez. Sintió como el zumo frío de toronja,  calmaba su sed. Le dio un pequeño sorbo a Dakota que hizo una cara graciosa por la acidez.

—No te burles, Sienna. —su mirada entrecerrada—.El maldito de Johnson nos retuvo por andar lloriqueando en manos de Carter. —Joe Carter era el fisioterapeuta de Los Angeles Kings; equipo de la NFL para el que jugaba Aidan desde hacía tres años. El hombre era muy parecido a los jugadores a los cuales machacaba en las salas de acondicionamiento físico. Había jugado fútbol universitario para Tennessee pero tras una grave lesión en el peroné, se vio forzado a retirarse; sin embargo no pudo permanecer demasiado lejos del deporte que tanto le apasionaba, así que ahora estaba en de regreso en este pero cumpliendo una función distinta. Aidan lo admiraba casi tanto como le temía cuando tocaba su turno de terapia. Él bien podía ser un muro de 1,98 mts de altura con los músculos tan duros que parecieran de acero, pero Carter podía hacerlo retorcer como una niña pequeña aterrada en la oscuridad.

Para ese momento ya estaban sentados en la isla de la cocina y él,  había tomado a Dakota en su regazo; quien por cierto ahora toqueteaba el celular de su muy distraído papá.

—No lo digas así. Vi un resumen por instagram. —le recriminó mientras seguía tomando de a sorbos su zumo. —Ese fue un buen golpe en el tobillo. ¿Fue esguince de segundo grado?

—De tercer. Le tomará un mes volver estar a tono. Al menos eso estiman Carter y los médicos. Yo creo que podría tomarle dos semanas a lo mucho. Él tiende a ser un poco melodramático.

—Si Carter dice que alguno de ustedes tiene una lesión, es porque sufrieron un golpe grave. Ese hombre es duro y lo sabes. Es solo que Johnson no te agrada mucho. —le dirigió una sonrisa malévola. Una que él adoraba; y que lo jodieran si aún no lo seguía haciendo; pero para ser honestos: no había en ella algo que él no quisiera. Mentía, ese maldito carácter de Sienna Monroe en serio lo volvía loco. En muchos sentidos. Como ahora, cuando lo miraba con esos ojos café a la vez que le decía lo que no quería escuchar —. Te molesta  porque según todos,  es el nuevo playboy del equipo. Lo siento, viejo. Es hora de dar un paso al lado para las nuevas generaciones. Nadie quiere ver a viejos coqueteando con jóvenes cheerleaders. Es asqueroso, amigo.

Rió a carcajadas mientras que Sophie; en la estufa calentando la cena;  hacía un pobre intento de encubrimiento de risa con una tos bastante falsa. Su hija llamó su atención hacia el teléfono y balbuceó algunas cosas de las cuales solo entendió “papi”. Lo desbloqueó para ella y le colocó aquella app en donde jugaba con dulces. Ella no sabía hacerlo pero amaba los colores y ser capaz de hacer a las cosas moverse. Él la tenía allí solo por ella.

Sabía que ahora que Sienna había vuelto, ya podía irse pero no quería hacerlo. Nunca quería hacerlo. De hecho, jamás lo había reconocido ante nadie pero cruzar ese umbral sabiendo que las dejaba tras él, lo mataba cada vez. Pero también estaba consciente de era el precio a pagar por su estupidez.


*.*.*.*.*

Sienna apagó la luz de la mesita de noche de Dakota al asegurarse que ya estaba profundamente dormida. Encendió el monitor de bebés y cerró su puerta. Se encontraba exhausta de todo lo acumulado en el día,  más el trasnocho pasado; esperaba encarecidamente que esta noche no se repitiera.
Se bañó con prisa y no se molestó en secarse el cabello, ya lo haría mañana. Revisó por última vez su teléfono y respondió un par de correos incluido uno para un photoshoot con una pequeña,  pero en auge revista de modas, que estaba interesada en un artículo que recomendara diez posiciones básicos de yoga para hacer en la casa.

Apenas apagó la luz de su recámara y se acurrucó en el edredón, un pensamiento en la cena de esta noche le vino a la cabeza: Aidan se veía más taciturno que de costumbre. Normalmente estaba de un humor juguetón y pícaro. Estaba acostumbrada a recordarle un par de veces que estaban divorciados cada vez que se veían; pero esta noche fue distinto. Incluso lo notó distante. Una arpía que vivía en su subconsciente le dijo que a lo mejor ya había encontrado alguien nuevo y más interesante para coquetear. Ella la llamó perra y le dijo que se fuera al infierno.

Miró a su celular en la mesita de noche en la penumbra, no había respondido ningún mensaje suyo tampoco. Ni agradecimientos por la cena ni exigencias de actualización sobre el sueño de Dakota como era habitual.
Con una pesadez creciente en el estómago, la arpía habló otra vez para señalarle su más grande temor: Quizá Aidan al fin lo estaba superando.

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