¡Oh, el sublime sabor de la
presión de un día lunes por la mañana! Nada como
aquello y un pésimo café para empezar bien tu semana.
—Sophie, necesito que le des a
Dakota el Tylenol que dejé en la encimera de la cocina. Anoche tuvo un poco de
fiebre de nuevo. Esta vacuna la golpeó más fuerte que la anterior. —Sienna se
movía apresurada por su habitación. Tenía una clase de yoga en diez minutos y
aún estaba guardando sus cosas en la bolsa de entrenamiento y dejando las
directrices a la chica de servicio que
se reintegraba tras su fin de semana libre.
<<¿Quién había sido el
que le dijo que el primer año de maternidad era el más duro?>> Justo
ahora no podía recordarlo, pero en momentos como este;
en el que apenas había dormido porque su pequeña de dos años había
estado llorosa y con temperatura; quería decirle cuán equivocado estaba. Quizás
con un par de jódete incluidos. Muchas gracias.
La
joven apenas menor que ella por tres años, se movía tras su errático paso
ayudándola a alcanzarle lo que necesitaba antes de salir. Era su mano derecha
en casa. Si no hubiese sido por esa excelente recomendación de una cliente,
habría perdido su mente hacía ya casi un año
y medio atrás cuando todo se había venido abajo.
—Sienna, vete de una vez. Yo me
encargo de todo y si necesitas algo extra, siempre puedes llamarme. —casi tuvo
que arrastrar a su jefa por la puerta hacia su Land Rover LWB blanca. —.
Apenas despierte Dakota le daré el medicamento. —dijo a la vez que constataba
la hora en el Tecnomarine que ella le había obsequiado por su cumpleaños. La
caótica mujer asintió y miró en su
espejo retrovisor para dar marcha atrás y salir de retroceso por el camino de
la entrada principal de su casa.
Salió agradecida de que la clase
fuese dentro de la misma ciudad de
Calabasas en lugar de Beverly Hills con su
horrible tráfico.
Aceleró, con la mente dividida entre la salud de su
hija y el pequeño berrinche que haría la hija menor de la actriz a la cual iba
a darle su segunda sesión semanal de yoga.
*.*.*.*.*
Cuando regresó a casa, no le
extrañó ver un auto blanco atravesado justo en la entrada. Rodó los ojos con
cansancio; no sabía cuántas veces le había dicho que se estacionara en el
garaje; y lo haría nuevamente en cuanto entrara, pero sabía de antemano que no
le haría caso. Nunca lo hacía. Se bajó con un par de bolsas que contenían
algunos víveres que había comprado de camino hacia acá. Redujo la marcha hasta
estacionarse justo detrás del deportivo y silenció a Kelly Clarkson que
sonaba desde los altavoces con Stronger; cuando por fin apagó su
camioneta.
Con cierta dificultad cerró con
el codo y subió los escalones de la entrada; la puerta se abrió antes de que
llegase a ella.
—Te ayudo. —dijo el hombre que
ocupaba casi toda la dimensión de esta.
—Gracias. —le sonrió cortés.
—Debí haber llamado a Sophie para que me esperara afuera…
Con una delicadeza extraña en un
hombre tan grande y que se dedicaba a lo que él hacía; dejó las compras en la
encimera. A diferencia de ella que la dejó caer de su hombro en el suelo del
lobby.
—O me podrías haber llamado a mí
directamente. —le reprendió sutilmente.
Se dirigió a las bolsas y comenzó
a sacar su contenido, él se le unió de forma eficiente; sabiendo por descontado
en donde iba cada cosa y como debía ser organizado.
—Aidan, no sabía que ya habías
llegado. Te llamé un par de veces al mediodía y no respondiste.
Él frunció el ceño sobre esos
hermosos ojos verde menta y esos carnosos labios rosas que evidenciaban su
excelente nivel de hemoglobina. Desvió la vista con disimulo, no necesitaba que
la atrapara viendo su boca de forma prolongada. Él tenía la habilidad de leerla
como a un libro.
—Mi teléfono murió mientras
estaba en el avión y dejé el cargador portátil en el maletín. Y apenas llegué…
—en ese momento unas pequeñas pisaditas irrumpieron en la cocina y se aferraron
a las piernas de ella. Aidan señaló a la niña que parecía un pequeño mono araña
escalando por el cuerpo de su mamá, mientras que esta le ayudaba con sus manos.
Él sonrió un poco al verlo. —ella me secuestró. Todo es su culpa.
Sienna depositó un beso en la
mejilla sonrosada de su bebé.
—¿La pasaste bien con papi? —la
niña asintió. —Y también te sientes mejor, por lo que veo.
Al momento llegó una apresurada
Sophie con un par de pantuflas de unicornio. Luego de colocárselas en sus
piecitos, se movió a su siguiente pendiente. Así era ella: pura eficiencia.
—Hola, Sienna. No te escuché
llegar. Deja que te ayude. —trajo los paquetes restantes, desde la entrada de
la casa, y comentó: —Juro que esa niña cada día se hace más y más rápida.
—No puede negar sus genes.
—respondió su arrogante y orgulloso padre.
Ambas mujeres negaron con la
cabeza ante el comentario y sonrieron un poco.
—No. No puede. —acordó la chica.
—¿Ha subido su temperatura?
—preguntó Sienna mientras contestaba un par de mensajes en su celular antes de
colaborar con el par.
—No ha tenido más fiebre. Llegué
tan pronto como pude. —respondió Aidan con clara frustración.
Sienna se contuvo de poner los
ojos en blanco; era una reacción exagerada por parte de él, pero no le
extrañaba; porque cuando se trataba de Dakota, Aidan era el típico padre
psicópata. Había sido así desde su nacimiento; siempre pendiente hasta de
la más mínima necesidad y capricho que tuviese su princesa, como la
bautizó apenas la estrechó entre sus brazos estando recién nacida, cubierta de
líquido amniótico y sangre. Y cuando esta se enfermaba, solo su contrato, un
juego fuera del estado de California o un entrenamiento, lo mantenían lejos,
pero solo durante poco tiempo. Período en el que podía volverla loca con
repetidas llamadas.
Se negó a darle cabida al
sentimiento de nostalgia que la invadía cuando esos momentos venían a su mente.
Había aprendido hace un tiempo atrás que era mejor bloquearlos y continuar sin
reparar demasiado en estos.
—En realidad pensé que llegarías
descalzo y con una toalla en la cintura. —se burló un poco. Se dirigió a la
nevera cromada, por la jarra de jugo. Tomó un vaso de uno de los gabinetes y
bebió con avidez. Sintió como el zumo frío de toronja, calmaba su sed. Le dio un pequeño sorbo a
Dakota que hizo una cara graciosa por la acidez.
—No te burles, Sienna. —su mirada
entrecerrada—.El maldito de Johnson nos retuvo por andar lloriqueando en manos
de Carter. —Joe Carter era el fisioterapeuta de Los Angeles Kings; equipo de la NFL para el que jugaba Aidan desde hacía tres años.
El hombre era muy parecido a los jugadores a los cuales machacaba en las salas
de acondicionamiento físico. Había jugado fútbol universitario para Tennessee
pero tras una grave lesión en el peroné, se vio forzado a retirarse; sin
embargo no pudo permanecer demasiado lejos del deporte que tanto le apasionaba,
así que ahora estaba en de regreso en este pero cumpliendo una función
distinta. Aidan lo admiraba casi tanto como le temía cuando tocaba su turno de
terapia. Él bien podía ser un muro de 1,98 mts de altura con los músculos tan
duros que parecieran de acero, pero Carter podía hacerlo retorcer como una niña
pequeña aterrada en la oscuridad.
Para ese momento ya estaban
sentados en la isla de la cocina y él,
había tomado a Dakota en su regazo; quien por cierto ahora toqueteaba el
celular de su muy distraído papá.
—No lo digas así. Vi un resumen
por instagram. —le recriminó mientras seguía tomando de a sorbos su
zumo. —Ese fue un buen golpe en el tobillo. ¿Fue esguince de segundo grado?
—De tercer. Le tomará un mes
volver estar a tono. Al menos eso estiman Carter y los médicos. Yo creo que
podría tomarle dos semanas a lo mucho. Él tiende a ser un poco melodramático.
—Si Carter dice que alguno de
ustedes tiene una lesión, es porque sufrieron un golpe grave. Ese hombre es
duro y lo sabes. Es solo que Johnson no te agrada mucho. —le dirigió una
sonrisa malévola. Una que él adoraba; y que lo jodieran si aún no lo seguía
haciendo; pero para ser honestos: no había en ella algo que él no quisiera.
Mentía, ese maldito carácter de Sienna Monroe en serio lo volvía loco. En
muchos sentidos. Como ahora, cuando lo miraba con esos ojos café a la vez que
le decía lo que no quería escuchar —. Te molesta porque según todos, es el nuevo playboy del equipo. Lo siento,
viejo. Es hora de dar un paso al lado para las nuevas generaciones. Nadie
quiere ver a viejos coqueteando con jóvenes cheerleaders.
Es asqueroso, amigo.
Rió a carcajadas mientras que
Sophie; en la estufa calentando la cena;
hacía un pobre intento de encubrimiento de risa con una tos bastante
falsa. Su hija llamó su atención hacia el teléfono y balbuceó algunas cosas de
las cuales solo entendió “papi”. Lo desbloqueó para ella y le colocó aquella
app en donde jugaba con dulces. Ella no sabía hacerlo pero amaba los colores y
ser capaz de hacer a las cosas moverse. Él la tenía allí solo por ella.
Sabía que ahora que Sienna había
vuelto, ya podía irse pero no quería hacerlo. Nunca quería hacerlo. De hecho,
jamás lo había reconocido ante nadie pero cruzar ese umbral sabiendo que las
dejaba tras él, lo mataba cada vez. Pero también estaba consciente de era el
precio a pagar por su estupidez.
*.*.*.*.*
Sienna apagó la luz de la mesita
de noche de Dakota al asegurarse que ya estaba profundamente dormida. Encendió
el monitor de bebés y cerró su puerta. Se encontraba exhausta de todo lo
acumulado en el día, más el trasnocho
pasado; esperaba encarecidamente que esta noche no se repitiera.
Se bañó con prisa y no se molestó
en secarse el cabello, ya lo haría mañana. Revisó por última vez su teléfono y
respondió un par de correos incluido uno para un photoshoot con una pequeña,
pero en auge revista de modas, que estaba interesada en un artículo que
recomendara diez posiciones básicos de yoga para hacer en la casa.
Apenas apagó la luz de su
recámara y se acurrucó en el edredón, un pensamiento en la cena de esta noche
le vino a la cabeza: Aidan se veía más taciturno que de costumbre. Normalmente
estaba de un humor juguetón y pícaro. Estaba acostumbrada a recordarle un par
de veces que estaban divorciados cada vez que se veían; pero esta noche fue
distinto. Incluso lo notó distante. Una arpía que vivía en su subconsciente le
dijo que a lo mejor ya había encontrado alguien nuevo y más interesante para
coquetear. Ella la llamó perra y le dijo que se fuera al infierno.
Miró a su celular en la mesita de
noche en la penumbra, no había respondido ningún mensaje suyo tampoco. Ni
agradecimientos por la cena ni exigencias de actualización sobre el sueño de
Dakota como era habitual.
*.*.*.*.*
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