Hace algún tiempo, desperté teniendo uno de esas
mañanas en que nos sentimos empoderadas y capaces de comernos el mundo con solo
poner un pie fuera de la cama. Así que, como es habitual en mí cada que quiero
causar una buena impresión, opté por vestirme cómoda pero regia, eso sí.
Utilicé un poco más de maquillaje de lo
habitual porque tenía ese empuje que me hacía sentir audaz: un lápiz labial más
oscuro de lo común y unas sombras un poco más llamativas complementaron ese
look de súper mujer a punto de
esparcir sus dominios.
¡Temblad,
simples mortales. Que una reina va pasando!
El resto de la jornada fue transcurriendo como
normalmente lo hacía, hasta que me vi forzada a ir al supermercado para comprar
unos víveres que hacían falta en mi cocina. Y fue justo allí en donde ocurrió
lo terrible, lo dantesco, lo impensable en aquel fabuloso y brillante día. Me costaba conseguir uno de los productos que
necesitaba y le pedí información a unos de los ayudantes que surten los
pasillos, el cual muy amablemente me indicó:
—Eso lo encuentra en el siguiente a la derecha,
señora.
Señora.
Señora?!
Señora
yo?!
Sí,
SEÑORA!
Hasta ese momento duró ese sentimiento de
plenitud que me había acompañado durante toda mi rutina. Salí del lugar con
menos cantidad de dinero y amor propio a la vez. Un dos por uno tan negativo
que me tuvo obsesionada desde aquel instante con la idea de que había perdido mi
juventud y sin darme cuenta de cuándo ocurrió.
Pero adivina… Esa sería apenas la primera de
muchas veces que utilizarían conmigo aquel calificativo, al que por cierto la
mayoría de las mujeres le tememos tanto o más que a la palabra dieta.
De hecho, hay quienes se sienten hasta
insultadas cuando emplean ese término al referirse a ellas. Y si no me crees,
quizá en alguna ocasión has escuchado algo como esto:
—No me digas así! Solo dime Ana, Luisa, (O en
su defecto, inserte aquí el nombre de la criatura aterrada en cuestión). Me
haces sentir vieja!
Y la peor y más desubicada de todas:
—Señora no ¡SE-ÑO-RI-TA!
Y fueron estas mujeres las que me hicieron
entender que me relajaba o empezaba a correr de mi realidad como una
desquiciada. Porque afrontémoslo, amiga: a nadie le colocan señora o señorita
en los papeles de identidad. Y las únicas que se quedan con el Miss adherido al
nombre toda la vida son las reinas de los concursos de belleza.
Además, comprendí que seguía siendo la misma
chica que se levantó aquel día con esa increíble sensación de empoderamiento. Tenía los mismos
rasgos, el mismo cabello quizá un poco más largo o más corto que en aquella
ocasión. Los mismos labios llenos, y el mismo cuerpo con algunos kilitos de más
desde ese entonces.
Así que decidí quitarle el poder de hacerme
sentir bien o mal a un simple término usado por cortesía. Es más, se lo quité
tanto que ahora con mis amigas nos llamamos “doñas”.
Y es que suficiente tenemos con el canibalismo
de las demás personas como para entrar en guerra con nosotras mismas. Y si el
término “señora” te sigue aterrando, piensa que divas como Meryl Streep, Julia Roberts, Helen
Mirren, Jane Fonda y hasta Sandra
Bullock son llamadas así a diario y eso no las hace menos fabulosas.
Cuídate, mímate y quiérete tú misma. Lo demás
vendrá solo. Que te digan señora solo son CosasQue Pasan.
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