viernes, 23 de noviembre de 2018

Señora ¿Yo?




          Hace algún tiempo, desperté teniendo uno de esas mañanas en que nos sentimos empoderadas y capaces de comernos el mundo con solo poner un pie fuera de la cama. Así que, como es habitual en mí cada que quiero causar una buena impresión, opté por vestirme cómoda pero regia, eso sí.
Utilicé un poco más de maquillaje de lo habitual porque tenía ese empuje que me hacía sentir audaz: un lápiz labial más oscuro de lo común y unas sombras un poco más llamativas complementaron ese look de súper mujer a punto de esparcir sus dominios.

      ¡Temblad, simples mortales. Que una reina va pasando!

      El resto de la jornada fue transcurriendo como normalmente lo hacía, hasta que me vi forzada a ir al supermercado para comprar unos víveres que hacían falta en mi cocina. Y fue justo allí en donde ocurrió lo terrible, lo dantesco, lo impensable en aquel fabuloso y brillante día. Me costaba conseguir uno de los productos que necesitaba y le pedí información a unos de los ayudantes que surten los pasillos, el cual muy amablemente me indicó:

      —Eso lo encuentra en el siguiente a la derecha, señora.

       Señora.
       Señora?!
      Señora yo?!
      Sí, SEÑORA!

      Hasta ese momento duró ese sentimiento de plenitud que me había acompañado durante toda mi rutina. Salí del lugar con menos cantidad de dinero y amor propio a la vez. Un dos por uno tan negativo que me tuvo obsesionada desde aquel instante con la idea de que había perdido mi juventud y sin darme cuenta de cuándo ocurrió.

      Pero adivina… Esa sería apenas la primera de muchas veces que utilizarían conmigo aquel calificativo, al que por cierto la mayoría de las mujeres le tememos tanto o más que a la palabra dieta.
De hecho, hay quienes se sienten hasta insultadas cuando emplean ese término al referirse a ellas. Y si no me crees, quizá en alguna ocasión has escuchado algo como esto:

      —No me digas así! Solo dime Ana, Luisa, (O en su defecto, inserte aquí el nombre de la criatura aterrada en cuestión). Me haces sentir vieja!

Y la peor y más desubicada de todas:

—Señora no ¡SE-ÑO-RI-TA!

      Y fueron estas mujeres las que me hicieron entender que me relajaba o empezaba a correr de mi realidad como una desquiciada. Porque afrontémoslo, amiga: a nadie le colocan señora o señorita en los papeles de identidad. Y las únicas que se quedan con el Miss adherido al nombre toda la vida son las reinas de los concursos de belleza.

      Además, comprendí que seguía siendo la misma chica que se levantó aquel día con esa increíble  sensación de empoderamiento. Tenía los mismos rasgos, el mismo cabello quizá un poco más largo o más corto que en aquella ocasión. Los mismos labios llenos, y el mismo cuerpo con algunos kilitos de más desde ese entonces.

      Así que decidí quitarle el poder de hacerme sentir bien o mal a un simple término usado por cortesía. Es más, se lo quité tanto que ahora con mis amigas nos llamamos “doñas”.

      Y es que suficiente tenemos con el canibalismo de las demás personas como para entrar en guerra con nosotras mismas. Y si el término “señora” te sigue aterrando, piensa que  divas como Meryl Streep, Julia Roberts, Helen Mirren, Jane Fonda y hasta  Sandra Bullock son llamadas así a diario y eso no las hace menos fabulosas.

      Cuídate, mímate y quiérete tú misma. Lo demás vendrá solo. Que te digan señora solo son CosasQue Pasan.


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